“Together”. “Juntos”. Como la comunidad cristiana en sus orígenes el día de Pentecostés. Como un único rebaño, amado y reunido por un solo Pastor, Jesús. Como la gran muchedumbre del Apocalipsis estamos aquí, hermanos y hermanas «de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas» (Ap 7,9), provenientes de diferentes comunidades y países, hijas e hijos del mismo Padre, animados por el Espíritu recibido en el Bautismo, llamados a la misma esperanza (cf. Ef 4,4-5).
Gracias por vuestra presencia. Gracias a la comunidad de Taizé por esta iniciativa. Saludo con gran afecto a los jefes de las Iglesias, a los responsables y a las delegaciones de las diferentes tradiciones cristianas y saludo a todos ustedes, especialmente a los jóvenes: ¡gracias! Gracias por haber venido a rezar por nosotros y con nosotros a Roma, antes de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos y en vísperas del retiro espiritual que la precede. “Syn-odos”: caminemos juntos, no sólo los católicos, sino todos los cristianos, todo el Pueblo de los bautizados, todo el Pueblo de Dios, porque «sólo el conjunto puede ser la unidad de todos» (cf. J.A. Möhler, Symbolik oder Darstellung der dogmatischen Gegensätze der Katholiken und Protestanten nach ihren öffentlichen Bekenntnisschriften, II, Köln-Olten 1961, 698).
Como la gran muchedumbre del Apocalipsis, hemos rezado en silencio, escuchando un “gran silencio” (cf. Ap 8,1). Y el silencio es importante, es poderoso: puede expresar un dolor indecible ante la desgracia, pero también, en los momentos de alegría, un gozo que trasciende las palabras. Por eso quisiera reflexionar brevemente con ustedes sobre su importancia en la vida del creyente, en la vida de la Iglesia y en el camino de la unidad de los cristianos. La importancia del silencio.
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